sábado, 30 de octubre de 2010

El contacto corporal en el acompañamiento terapéutico

Si bien nos comunicamos todo el tiempo y a menudo sin hablar, probablemente la comunicación no verbal sea responsable de más de lo que sucede entre los seres humanos que el hablar mismo. El canal paraverbal es muy importante.
"El cuerpo no miente", dice un viejo proverbio y con razón. Precisamente porque representa un código de comunicación privilegiado, el "lenguaje del cuerpo" resulta más revelador que el verbal. Esta concepción se agiganta en el caso de los enfermos mentales y personas con capacidades diferentes, ya que muchos han perdido una parte de la gama total de las expresiones emocionales humanas. Los síntomas descriptos con palabras por el sujeto perturbado se complementan con sus aspectos no verbales y con el "lenguaje de los hechos".
Sin embargo, decimos que el lenguaje del cuerpo no engaña, pero sólo si el observador sabe leerlo y descifrar sus mensajes. ¿De qué manera? Interactuando y sintiendo cómo siente la otra persona, aunque no lo que siente, porque las emociones son algo privado y subjetivo. Así, esto constituye un proceso empático que permite descifrar los estados emocionales del otro y reaccionar frente a ellos en el intercambio afectivo. Por lo tanto, para leer el lenguaje corporal se necesita estar en contacto con el propio cuerpo y ser sensible a su expresión.
Justamente, el acompañante terapéutico es un agente de salud entrenado para realizar básicamente una tarea de contención a pacientes crónicos y agudos; en un nivel vivencial, no interpretativo, y para el cual debe poner el cuerpo y constituir una presencia receptiva, cálida y confiable. Trabaja insertado en un equipo terapéutico interdisciplinario siguiendo las consignas del terapeuta de cabecera. Este enfoque de mínima distancia y gran disponibilidad afectiva favorece una mayor eficiencia terapéutica.
Tocar a un paciente supone mucho más que técnica, ya que al hacerlo la experiencia es inevitablemente mutua.
Los estímulos corporales se pueden definir tanto en función de las "sensaciones" que generan como de las "intenciones" de quien los provoca. Los enfermos mentales suelen tener un grado tal de sensibilidad y percepción, que aprecian sin dificultad la diferencia entre un contacto firme y otro acartonado, o entre uno mecánico y otro lleno de sentimiento y afecto.
Ahora bien, ¿a qué se debe que la estimulación táctil aplicada en forma de contacto, caricias o abrazos ejerza tanta recepción en los trastornos emocionales? La explicación es que justamente resulta esencial para el crecimiento y desarrollo físico y de la conducta, existiendo una relación directa entre las experiencias táctiles vividas durante la niñez y el tacto demostrado en la edad adulta. Por lo tanto el contacto físico es importante para el bienestar emocional y corporal durante toda la vida.

En el ser humano el tacto se halla repartido por todo el cuerpo, pero está especialmente desarrollado en la yema de los dedos y en los labios. Así, el lactante aprehende tanto el mundo que lo rodea como los alimentos que ingiere merced a sus labios, y éstos representan durante los primeros meses la única vía de conocimiento. En virtud de ello, pronto adquiere el hábito de aplicar los labios contra los objetos, y más adelante usa la yema de los dedos y la palma de las manos. Por lo tanto aprende antes a tocar que a ver.
La palabra tacto podría definirse como la acción de tocar con la mano u otra parte del cuerpo, es decir como el acto de sentir ciertas cualidades de un objeto mediante su contacto con la piel. A este respecto conviene hacer hincapié sobre la importancia que reviste el hecho de sentir, ya que si bien el tacto no es en sí un afecto, sus elementos sensoriales provocan alteraciones nerviosas, glandulares, musculares y mentales cuya combinación denominamos "emoción". Basta con tomarle la mano a una persona sometida a una situación angustiosa para reducir considerablemente su ansiedad e instaurar un clima de tranquilidad y mutua confianza.
Pero, el saber cuándo y cómo realizar ese contacto corporal, respetando los tiempos del paciente, su espacio corporal, sus ritmos, la distancia óptima, sus tiempos y el acercamiento apropiados, sin dejar de tener en cuenta el cuadro psicopatológico y el momento en el que se encuentra el enfermo, serán cruciales para que el acompañamiento resulte efectivamente terapéutico.
Al conocer al paciente que deberá ser acompañado terapéuticamente, las primeras impresiones que se registran son reacciones corporales que se tiende a pasar por alto con el tiempo al concentrarse en sus palabras y acciones, sin embargo revisten el valor de lo auténtico y genuino. A pesar de todo, el saludo inicial deja sus huellas. A su vez, el habla es algo más que palabras y frases, ya que comprende la inflexión de la voz, el ritmo y el gesto, el cual añade riqueza al lenguaje y a la expresión. Incluso el silencio también dice cosas sobre esa persona.
Los ojos tienen una doble función: son un órgano de visión, pero también de contacto.

Precisamente el contacto ocular es una de las formas más íntimas que pueden establecerse de contacto entre dos personas, y las miradas suelen resultar más poderosas que las palabras. Cuando se encuentran las miradas hay una sensación de contacto físico entre ellas. Su cualidad y valor depende de la expresión de los ojos. Puede ser tan dura y fuerte como una cachetada o tan dulce como una caricia. Mucha gente evita todo contacto ocular porque tiene miedo de que sus ojos puedan ser reveladores. Y otros se turban al permitir que otra persona escudriñe en sus sentimientos. Es por eso que se debe ser cuidadoso de no clavar los ojos cierto tiempo en la persona enferma, ya que puede evitar o desalentar el contacto con ella. Cuando un paciente se aísla, sus ojos no miran ni se interesan por el mundo que lo rodea. Lo ven, pero sin excitación ni sentimiento alguno, percibiéndose inmediatamente la falta de contacto. El procurar establecer contacto ocular con él constantemente, comenzando por una mirada breve y receptiva, desviando después la vista, ayuda a averiguar lo que está pasando por él de momento a momento, y a su vez le proporciona la seguridad de que se está a su lado.
Es posible entablar contacto con las personas que sufren trastornos mentales si se emplea suficiente paciencia y comprensión. Empezando por tener en cuenta el espacio personal que necesita cada paciente en particular. Una especie de burbuja invisible rodea a cada individuo, representando su margen de seguridad. Si alguien la atraviesa, la respuesta puede ser retroceder, irritarse o tener una vaga sensación de malestar y un intento automático de restablecer la distancia previa.
En todos los casos se evaluará cuidadosamente el grado de proximidad que cada paciente pueda tolerar con comodidad en sus diferentes momentos. La "distancia ideal u óptima" es el punto en el que el acompañante terapéutico pueda entender, pero no en el que se pueda quedar.
A veces los tiempos y ritmos de un enfermo resultan sumamente lentos y en otros imposibles de seguir.
De todas maneras, si bien el contacto con otra piel tiene un efecto tranquilizador y energizante, los acercamientos deberán ser "graduales" y "cautelosos". Probando y buscando la manera de ser aceptado en un juego de aceptación-rechazo, en el que el paciente pondrá a prueba a su acompañante terapéutico, para comprobar si lo va a poder sostener y soportar. A su vez procurará que el paciente venza el temor a ser rechazado al tocar a su acompañante terapéutico y se acerque para romper con su sentimiento de aislamiento y soledad.
Se puede acariciar con la mirada o con una sonrisa que es el puente más corto entre dos personas. Aproximarse de a poco y probar primero con un leve contacto de la mano, puede ser un buen comienzo si el enfermo lo admite. De todos modos al acercarse a una persona que vive al borde de la desintegración, es esencial encontrar un cierto equilibrio entre dar demasiado o demasiado poco. Ya que cuando la patología resulta más grave y más regresiva está el paciente, y también se tiene que poner el cuerpo. Pero cuanto mayor es el acercamiento, mayor también es el compromiso. Así, algunos necesitarán ser acunados en una función de maternaje y otros, que se los mantenga a una determinada distancia con límites precisos.
Sin embargo, hay que saber en qué momento acariciar, teniendo en cuenta el estado del paciente y la parte corporal que se elige.
Resulta imprescindible que el acompañante terapéutico mantenga una "disposición expectante" por la cual se halle dispuesto, alerta y listo para entender y situarse en las situaciones que se le presenten.
Por último, el abrazo es la forma de contacto humano que contiene más al otro y produce alivio al compartir. Abrazar es una respuesta natural para demostrar distintos sentimientos. A veces para calmar miedos, angustias, dar seguridad y protección.
El acompañante terapéutico tenderá a regularle al enfermo los intercambios afectivos en una forma más adecuada, a través de un "vínculo" diferente a los que tuvo anteriormente, con la intención de mejorar las relaciones del paciente y ayudarlo a reformular el desarrollo de una personalidad más armónica con su medio.
De todo lo dicho hasta aquí se desprende lo comprometido de la tarea de ser acompañante terapéutico. Cuando se toca corporalmente a otro con fines terapéuticos, se levantan emociones, se crean compromisos, se requiere presencia e inclusión en ese vínculo, entrega, respeto y consideración por el otro, como alguien valioso a quien se intenta comprender y ayudar.


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